miércoles, 19 de enero de 2011

LENGUAS

Los pasados días, en el Senado, se escenifico un espectáculo lamentable. Los ciudadanos hemos asistido a un capítulo bochornoso de la historia contemporánea de este país. Los pinganillos eran los protagonistas en el pleno del Senado. Significaba que los contribuyentes estaban costeando un gasto en traducción, perfectamente prescindible, para que sus señorías se puedan entender en las diferentes lenguas de la nación. Una traducción que nos cuesta a los contribuyentes 350.000 euros anuales.

Lo ocurrido en el Senado a los únicos que satisface es a los representantes de los nacionalismos anacrónicos. Se sienten satisfechos. No les importa su coste y se ha demostrado que tampoco tienen el sentido del ridículo muy desarrollado.
Vivimos en una sociedad que ha superado diversas barreras y complejos del pasado. Hemos recorrido un arduo camino para que este país se encuentre en una posición relevante a escala mundial. Ahora en los comienzos del siglo XXI mirando a una de las instituciones de vital importancia para nuestra democracia observamos que hemos dado un paso hacia atrás. En el mundo globalizado, en el que nos encontramos inmersos, con estas actuaciones, estamos retrocediendo a los tiempos de las tribus.

Es verdaderamente un insulto que se nos esté pidiendo sacrificios para superar la crisis y por otra parte, los mismos que nos lo piden, despilfarran nuestro dinero en algo que va ha ser instrumentalizado para dividirnos como país.

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